febrero 05, 2011

El excremento del diablo




El excremento del diablo

Todo estaba oscuro, miré al cielo y pude apreciar que la luna estaba inmutable: tan blanca y redonda como nunca antes la había visto. Su aurea  rodeaba la  esbeltez de su forma y sentí como sus rayos acariciaban mi cuerpo suavemente.  Noté en su amplitud, una luna cargada de agua;  siendo la manera tradicional que los campesinos prevén la lluvia durante el  invierno. Seguí  postrada ante tanta belleza y mi  pensamiento seguía ausente, pues,  casi siempre en las noches de desvelo producido por el cansancio del día, busco el aire fresco de mi terraza: la que calma mi espíritu y relaja mis entrañas. Este momento que consagro a mi eternidad, hace que mi sangre fluya suavemente para saciarle la sed a los vampiros que persiguen mi  postergada vejez.

Elevé mi mirada nuevamente al cielo fecundo de nubes grises. De pronto, comenzaron a revolotear a la platinada, unas inesperadas nubes negras. Giraban con tanta fuerza, que mi atención se quedó impávida ante tal fenómeno, parecía un látigo enfurecido en las manos de un jinete apurado.
Tuve la intensión de irme a dormir, pero, esa danza me obligaba a quedarme y aplaudir una vez que terminara. No fue así,  la sorpresa que me llevé no  estaba en el libreto de mi vida.  Retrocedí unos pasos y,  pude contemplar cómo esas nubes negras iban formando poco a poco una figura que me iba estremeciendo de pavor. Era la cara del mismísimo Satanás,  pude observar sus cachos, su barba alargada, sus ojos malignos cuya fijación estaba dirigida hacia mi encrespado cuerpo. Parecía retarme y yo lo único que pensé en ese momento fue en rezar, creo que antes no lo había hecho con tanta devoción.

Como por arte de magia, comenzaron a salir de todas partes unos murciélagos que parecían los mensajeros del mismísimo innombrable. Mayor fue mi angustia pues, no me podía mover por el miedo que estaba viviendo. Sólo concebí la objetivación para darme cuenta que era pura casualidad y que los afanosos animales buscaban comerse la fruta de el pilón. El frondoso permanecía erguido frente a mi casa, dándonos sombra cada vez que nuestros vehículos los estacionáramos debajo de él. Pasaron sólo unos minutos antes de que se disolviera esa forma tan malévola, en su lugar, apareció otra, pero con mejor presentación. Era la cara de Jesús, la veía claramente. Su rostro era muy brillante y lógicamente, inspiraba paz en mi interior. Luego que volví en mí, pude exhalar, no sé cuanto tiempo contuve mi respiración. Corrí a la cocina, me tomé una taza de leche tibia y, de un brinco logré sumergirme en mi cálida cama.

Al siguiente día,  pude notar que las paredes externas de mi casa, estaban tapizadas por unas manchas marrones que de sólo adivinarlo,  me causaban repulsión. Me extrañé, pero recordé  el festín que la noche anterior habían disfrutado los murciélagos, causando entonces la cólera que destapó mis venas, tenía que tomar la manguera, el cepillo y mucho jabón para lavar el excremento que Satanás me envió al darse cuenta que conmigo no podía luchar. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Gracias por tus palabras!